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  • brazadasdevida

El día del Reto

Actualizado: 1 jun 2020

El despertador sonó a las 5 de la mañana. Los pasos a seguir estaban claros: 5.30 desayunar, subir a la habitación, terminar de preparar las cosas, ponernos el bañador y prepararnos para bajar a la playa a la 7:00 y comenzar.



El momento se acerca, estábamos en la playa, con los pies descalzos, ya sintiendo la arena entre los dedos, acompañadas de nuestros amigos, parejas y compañeros de la asociación. Todos ellos habían madrugado un sábado sólo para vernos salir, sólo para darnos ánimos en esos momentos previos a comenzar.


Se levanta el día, la luz del sol se abre camino entre la oscuridad y se va dibujando un horizonte rojizo que nos da la señal que estábamos esperando, ya podemos comenzar.


Gorros puestos, gafas colocadas y a punto, el barco de apoyo esperándonos, Rafa (nuestro kayaker) en el agua y comenzamos a andar hacia la orilla. Con cada paso estamos más cerca y llega el paso en el que nuestros pies sienten por primera vez el agua, nos volvemos, saludamos a nuestros amigos y familiares y estos en respuesta comienzan a aplaudir, aquello fue completamente inesperado.



Saltamos y nos zambullimos en el agua, ¡ha comenzado!


Comenzamos a nadar, los nervios se disipan con cada brazada, y nos sentimos fuertes, las cuatro juntas nadando en paralelo.


Ya vamos con Rafa a nuestra izquierda, con el barco de apoyo siguiéndonos de cerca y vemos como se incorpora a la marcha un par de motos de agua de la Cruz Roja y un kayak espontaneo que, sin nosotras saberlo, ni esperarlo, nos iba a acompañar durante toda la travesía.


Primera parada, que subidón, vamos superbién, seguimos aún con la emoción de la salida y no podemos contenernos y comentamos entre nosotras lo espectacular de la salida, flipamos con la de barcos que nos siguen y somos incapaces de creernos la que hemos montado. Bebemos agua y a nadar.


El mar aún está de un azul oscuro intenso pero tranquilo, parece que flotamos sobre un abismo inmenso en el que nos perderíamos sin retorno si cayéramos en él, no se ve nada más que agua, pero agua clara, la visibilidad es espectacular.



Segunda parada, el tiempo pasa casi sin darnos cuenta, llevamos un ritmo muy rápido, se notan los entrenos que tanto nos han costado hacer. Celia nos avisa, nos volvemos, está amaneciendo… justo por detrás de nosotras ligeramente a la derecha vemos como el cielo es aún mas rojizo que cuando salimos y como el sol se levanta por el horizonte, es como si se hubiese detenido el tiempo por unos instantes para así poder admirar ese preciso momento en el que una luz anaranjada inunda el cielo sobre ese mar azul y tranquilo en el que estamos nadando y que desprende reflejos plateados.


Kilómetro 10, llevamos 3 horas nadando, el ritmo es buenísimo, Alberto (el Míster) desde el barco de apoyo nos muestra mensajes de ánimo en una pizarra y nos dice que de seguir así hacemos el reto en menos tiempo del esperado, es una pasada lo bien que nos sentimos, ¡estamos fuertes!



Seguimos nadando, brazada tras brazada, siguiente avituallamiento, que raro, el reloj marca muy pocos metros para media hora nadando comparado con tramos anteriores, ¿qué está pasando? Volvemos a nadar.


Estamos ya en la mitad del recorrido llegando a Cal Negre, un pequeño cabo que debemos bordear para afrontar la segunda mitad del recorrido. “¿Por qué no avanzamos? ¿Qué pasa?” El mar está en calma, no hay viento, no hay olas, pero hay corriente en contra y medianamente fuerte, en cada tramo de 30 minutos avanzamos menos de la mitad de distancia de la que lo hacíamos antes, lo único que pensamos es: “sólo podemos seguir tirando y ya saldremos de aquí...¡vamos!".


Por fin pasamos el cabo y dejamos atrás la maldita corriente, tras hora y media luchando contra ella, la hemos vencido. A partir de este punto comenzamos a ver más de cerca el fondo marino, un compañero del equipo de seguridad nos dice que estamos entrando en la parte más bonita, playas sin apenas edificar y fondos marinos impresionantes y no se equivoca. Comenzamos a ver las maravillosas praderas de posidonias y de vez en cuando destellos plateados que se convierten en bancos de innumerables peces que se mueven todos al unísono como si fueran sólo uno. ¡Qué maravilla poder nadar sobre este paisaje submarino!

Se acerca un momento muy importante, las 5 horas 33 minutos, y es importante porque a partir de ese momento habremos superado el tiempo de nado del reto anterior ¡Conseguido!


Seguimos nadando, la lucha contra corriente nos ha mermado un poco las fuerzas y ya el ritmo no es tan bueno, sin embargo, cada vez que paramos para avituallar y hablamos entre nosotras el ánimo es bueno y eso que ya vamos notando como las fuerzas no son las mismas, sumado a los efectos de estar tanto tiempo en agua salada y haciendo ejercicio.


En los siguientes tramos de 30 minutos pasan varias cosas curiosas: patrones espontáneos que se convierten en submarinistas improvisados abrazados a su bombona de oxígeno, servicios de emergencias que se cambian por Cruz Roja, pádel-surfistas solidarios que además de acompañarnos nos apartan las medusas con el remo, reporteros repentinos que aparecían cada hora exacta con sus móviles para inmortalizar unos segundos de nuestro nado, gominolas salvavidas que nos endulzan el camino, preguntas continuas de “dónde hay que llegar”, explicaciones pacientes de nuestro kayaker “¿veis esos árboles, que se ven en el horizonte a la

derecha? Pues allí” y así minuto tras minuto, metro tras metro, brazada tras brazada...



Por fin el kayak nos para y nos avisa: “después de ese saliente a unos 800 metros está la playa”. Sabemos que estamos ya próximas al final, llevamos casi 9 horas nadando, el reloj GPS marca casi 24 km, no nos lo creemos, estamos a punto de conseguirlo. Nos reagrupamos con el kayaker y comenzamos a afrontar lo que sería el último y más emocionante tramo de todos, el tramo final.


Enfilamos la recta final igual que comenzamos 9 horas antes este reto, las 4 juntas en paralelo Sara, Marina, Nuria y Celia. Nadamos con ganas, con energía, todas al unísono, coordinadas como si lo hubiéramos ensayado, pero de forma inconsciente, es todo fruto de lo compenetradas que estamos.


Ya no quedan más paradas a los 30 minutos, ya no quedan más preguntas, ya no quedan dudas, sólo emoción. Ya se ven las banderas de la llegada, estamos llegando, ya vemos el fondo, casi lo podemos tocar con la mano al dar la brazada. ¡Hemos llegado!


Nos miramos unas a otras por debajo del agua intentando coordinarnos sin hablar para parar a la vez, levantarnos y ponernos de pie. Nos paramos, ya el agua nos llega por la cintura y podemos ponernos de pie.


Nos fundimos en un abrazo que representa todo el esfuerzo que hemos realizado y que nos llena de una gran emoción. Se oyen las voces de la gente que nos espera a escasos metros en la orilla, miramos hacia ellas y vemos a un montón de gente con las camisetas de “brazadas”, esperándonos, aplaudiendo, gritando y sonriendo.



Es increíble, salimos del agua caminando, agarradas las 4 de la mano y con los brazos en alto y la sonrisa al frente. Nos sabemos vencedoras, hemos conseguido

nuestro mayor reto, nadar 25 km en mar abierto. Pero no sólo hemos superado ese reto, también hemos superado semanas de entrenamiento en las que nadábamos horas y horas en piscina, semanas de nervios por lo que se nos venía encima, miedos y preocupaciones, estrés, ansiedad.


Al salir nos encontramos con abrazos de amigos y familiares, con la emoción reflejada en los ojos de Daniel (Ambiente Europeo) emocionado, con miradas de admiración y respeto, con gestos de cariño y ánimo.




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